El arte de la alegría by Goliarda Sapienza

El arte de la alegría by Goliarda Sapienza

autor:Goliarda Sapienza [Sapienza, Goliarda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1998-01-01T00:00:00+00:00


57

—He esperado tres meses, Modesta. Tres veces he visto crecer la luna y la he visto menguar con la lentitud de una condena a cadena perpetua. ¿Por qué quieres condenarme a esta soledad, por qué?

—Yo no condeno a nadie. No tengo ánimos de oír ya a nadie, se ha hecho un desierto en mi corazón, el nombre de Tudia se ha grabado ya dentro de mí como un signo de muerte.

—¡Infame Vincenzo, que se ha interpuesto entre tú y yo! Me siento como un lobo atrapado en un cepo, ¿por qué lo hizo?

—Era un fascista.

—¡Pero qué iba a ser fascista!, ¡estaba enloquecido! Esa mañana, antes de salir al encuentro de su muerte (la muerte hace hablar, ¡oh!), me dijo cosas…, cosas de nuestro padre que no se pueden contar, que no soporto siquiera recordar.

—¿Ves como el recuerdo está aún muy fresco entre nosotros? Esperemos un poco más. Tal vez dentro de un año, tal vez… Si al menos Beatrice saliera de su locura y su niña, inocente Bambolina, consiguiera tragar un sorbo de leche sin vomitarlo. Bambolina se desmejora, lo que no me deja vivir tranquila. ¡Vete!

—He pasado tres meses con tu rostro grabado en mis ojos. ¡Vente conmigo! Fuera de esta isla cargada de prejuicios hay otros países, yo los he visto… No soy como ellos, que me miran con malos ojos porque no vengo a Vincenzo, no he querido siquiera averiguar quién fue y quién no. ¡No quiero saber nada más de todo ello, me importa un rábano!

—¡No digas eso!

—¡Pues lo digo! Y te quiero a pesar de que haya sido un amigo tuyo quien ha matado a Vincenzo, aunque haya sido ese José…

—José no se ha movido de mi casa ni por un instante.

—Le defiendes, ¿eh? ¡Di que ha sido por él por quien has cambiado, dilo! Desde que ha puesto los pies en esta isla estás cambiada.

—He cambiado por la muerte de Carlo, Mattia, trata de razonar.

—¡No! ¡La muerte de un cuñado no puede cambiar hasta ese punto!

—Era un amigo.

—¡No! No me lo creo. Ha sido ese José, y por si quieres saberlo, he venido al entierro para verle, solo para verle.

—¿Y bien?

—¡Le he visto! Mattia no se equivoca, ese da la talla para gustarte. ¡Es un hombre, Dios si lo es, con quien a uno le gustaría medirse! ¡Altivo y duro como una roca, y burlón! ¡Si no fuera por ti, me gustaría preguntarle un par o tres de cosillas!

—Se ha ido, Mattia, no desvaríes. No le veré más, en su cara he leído que no le veré más.

—No me engatuses.

—… Como en tus ojos leí ese día en la cabecera de tu padre que la muerte podía llegarme de ti. No le veré más.

—¡Y lo repites, lo repites casi llorando! ¿Ves cómo te ha conquistado al menos la imaginación?

—¡Basta, Mattia, vete!

—¡No!, ¡así no, demonio de mujer!, ¡no así, cargando con esta condena! Pues yo sería para ti, entonces, una señal de muerte, ¿eh? ¿Y él qué es? ¿La vida es él, eh? ¡Con lo



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